Aháta Aju, abrazo de despedida.

11.10.2020

Esto no será una crítica porque no soy crítica. Será más bien las impresiones de una paraguaya extranjera en otra ciudad que la suya, ya hace algunos años, más de 10 un poco más de 15. Una extranjera que cree a veces ya no ser extranjera.
Ahata aju me agarró por sorpresa, ya sabía que la iba a ver, la sorpresa no fue verla. La sorpresa fue la emoción al verla. Tenía previsto hacerlo en el tren de Toulouse a París. Comencé y no pude continuar, de las ganas que tenía de reír fuerte, de llorar fuerte, de comentar todo fuerte. ¡Fuerte, en el tren no se podía, todavía menos en Francia ! Entonces dije, voy a ponerlo en pausa hasta llegar a casa del amigo que me albergaba en París.
Al verla en casa del amigo, tampoco podía reaccionar fuerte, era tarde y no quería molestar a los vecinos parisinos. Lo primero que me dije es que extraño hablar fuerte, reaccionar fuerte.
No puedo ser imparcial con esta obra, no solo porque conozco un poco la vivencia de la directora, aunque ya no nos vemos hace años, nos conocemos de verdad y eso basta. Sino porque hay obras que te hablan de frente, con respecto a tu historia de vida.
Al comenzar la obra era como abrir la posibilidad de una herida, de un pasado que a veces una tiene que dejar atrás para continuar viviendo el presente donde eligió vivir. Pero eso es una postura, en el fondo una vive día a día con la dualidad de no ser de aquí ni ser de allá.
Bueno, qué más da, a abrir todo se ha dicho. Esto es lo primero que me propuso la obra, abrir mis sentidos, olvidar todo y sentirme en el presente de la obra poco a poco. A Través del relato de las dos testigos/personaje real, una siente un encuentro. Como que alguien se te está abriendo y solo se puede disfrutar. Mientras más se escuchan los relatos más emociones fuertes vienen. Ciertas frases como "El precio es la ausencia"*** resuenan tan fuerte para alguien que decidió irse. Se siente una enorme puntada en el pecho. Ver a todas esas personas hablarnos de su pequeño o gran exilio, de su vida lejos, nos hace tan empáticos, tan humanos.
Un teatro que me lleve a lugares profundos, se ha hecho raro. Un teatro que me dé muchas puntadas en el pecho, que me haga querer conocer más a la gente, al mundo, que me impulse a abrirme al otro, en un teatro necesario.
Hay obras que son una buena idea, son en general un éxito. Pero cuando uno tiene enfrente suyo una obra que sale de una necesidad, el público lo siente. Ahata aju suena como algo que quería salir hace años, algo que necesitamos saber. La necesidad del artista se vuelve también necesidad para el público. Necesitamos hablar de nuestra relación con la idas y (casi no) vueltas, necesitamos que nos cuenten Paraguay.
Terminar con esa canción tan bella de Yenia, fue como terminar con un gran abrazo, un abrazo de despedida, un abrazo de ahata aju. Aquel abrazo que el público virtual recibe como un balsamo en tiempos tan extraños como este. 


POR Belén Cubilla. Brest, 11 de octubre del 2020. (Francia)