Aháta Aju y la eternidad del teatro.

Apenas empezó la cuarentena en marzo y nos tuvimos que replegar cada cual a su encierro, mi primer temor fue quedarme sin Teatro, también temí gravemente sobre el hecho de que el teatro sea pormenorizado a lo virtual y frívolo de las tecnologías circundantes, tan así, que me llamé enteramente a silencio sobre mi opinión negada a pensar en un teatro fuera de su representación efímera, el teatro como rito de esas partes, que como en un casamiento o en un velorio, son necesarias, es decir no hay boda sin celebrante y novios; ni velorio sin muerto ni deudos, pues el rito teatral logra solo la eternidad en su representación efímera. Pensar en el teatro es pensar en el milagro de la unión de esos dos mundos, lo eterno que se expresa en lo finito, en lo que se da una sola vez en la vida y muere, nuestro Ars longa, vita brevis de Hipócrates. Por eso al teatro, más que un arte lo considero un medio y un ser en sí mismo, por esa organicidad.
Cuando vi la obra vía streaming de "Ahata Aju", Fátima Fernandez (directora y creadora) me dejó mudo ante mis pesimistas reflexiones sobre la relación del teatro y lo virtual, todavía me niego a llamarlo teatro a lo que asisto por medio de una pantalla, pero debo admitir que esta puesta en especial causó en mí sentimientos encontrados, porque fue una prueba que, de inicio a fin me llevó a experimentar algo teatral, entonces de ahora en más pasaré a referirme no como teatro sino como en lo virtual se puede vivir una experiencia teatral.
La acertadísima decisión de la dirección en mostrarnos "en vivo" la representación, con sus dificultades técnicas, con la extrañación que conlleva vivir el lugar de espectador un domingo en pijamas, con lo que empecé como público a dialogar con ese código teatral, donde un escenario en oscuridad absoluta, los cambios de escena, las salidas y las entradas, el uso de los dispositivos teatrales, pueden significar completamente otra cosa desde el sillón de casa, desde la pantalla, sin embargo, en mi caso, logré asimilarlos casi que como hecho teatral, que no es poca cosa, y ello lo adjudico al genio de este equipo de producción y dirección, pues el pensamiento primó por sobre la espectacularidad. Allí hubo decisiones, o sea hubo mucho pensamiento.
En primer lugar, la óptica propuesta por la dirección de cámaras, una tarea de composición en vivo, de una poética de la atención (siendo la atención puramente afectiva a la hora de espectar). Si no hubiese tenido eso que yo le llamo poética de la atención, mi afecto se hubiera dispersado fácilmente y además esos planos y dinámica hicieron un sistema que no permitió que se agote la convención de lo visual, dió volumen a lo plano que imaginé de la representación virtual. En segundo lugar cabe destacar el ritmo de la obra y las actuaciones, que si bien fueron ideadas en un estilo bio-dramático o teatro documental, no dejaron de tener el entusiasmo del realismo teatral, sin ser un burdo monólogo tipo stand-up o una performance posdramática desafectada y mentirosa. ¿Quién dijo que la ficción carece de realidad? Aquí se nos confirma de nuevo que, teatralmente hablando, no nos podemos desprender del espejo que genera la ficción, aunque ésta se llame documental, es un sistema organizado para traducir los que nos pasa en la vida, en el diario, en nuestras comunidades, en lo íntimo, de esas cosas que no se registran en la historia porque no son extraordinarias, más bien invisibles o infraordinarias como diría Georges Perec, que puestas en la escena, eso que nos pareció insignificante se hace materia prima de nuestra construcción humana.
Ahata Aju, creó un hito en mi pensamiento hacia lo teatral. Si tuviese que escribir sobre ello, gastaría muchas más palabras de las que me están permitidas en este artículo, sin embargo quiero celebrar con Fátima y todo su equipo, más allá de la necesaria temática de la migración sobre las mesas de nuestros encuentros (ese es otro análisis necesario), ahora en lo que me respecta a la sorpresa del acontecimiento teatral que se produjo de esta forma en la que desconfiaba (lo virtual), me lleva a la pregunta directa ¿Cómo se vería esta misma pieza teatral en vivo y en nuestro amado rito de ir a una sala de teatro? ¿Cambiaría algo? Quizás sí, pero con lo que me quedo tengo mucho que agradecer. El ejercicio de la escena teatral en medios virtuales, si no se realiza con este plan de pensamiento que nos ofreció esta obra, no creo que genere nada, pusieron la vara muy alta y lo celebro con mucha alegría, Hipócrates en su frase completa decía: "Vita brevis, ars longa, occasio praeceps, experimentum periculosum, iudicium difficile". Pues el arte es eterno en nuestra vida breve, todas las ocasiones son fugaces, las experiencias a veces confusas y el juicio difícil. Lo que nos salva es el ejercicio del pensamiento, tan escaso en nuestra era de inmediatez e idioteces, gracias otra vez a Fátima y su equipo por salvarnos de la vulgaridad "Tik Tok" y el fenómeno de derroche de desgracia que estamos viviendo en el proceso de globalización.
José Cabrera