Ver “Veneno” y querer que más gente la vea: el efecto de una historia bien contada

27.10.2020

El octavo y último capítulo de "Veneno", la adaptación cinematográfica de la vida de Cristina Ortiz, se encuentra disponible en ATRESplayer Premium desde el pasado domingo 25 de octubre y se coronó como "el mejor estreno de ficción de la temporada[1]."
Por Víctor Balbuena.


En épocas en las que el remilgo moralista (más entonces que ahora, por suerte) afectaba las consciencias de las masas, la sincera Veneno supo ganarse un lugar en los hogares españoles gracias a su desparpajo y al ingenio de su humor. Habrá sido un hecho notable para muchos que una mujer trans y trabajadora sexual despuntara los índices de audiencia de los programas televisivos en los que tuvo lugar.

Con certeza, es importante la cantidad de gente que en todo el mundo la ha visto o ha oído hablar de ella. Quienes no conocieron a Cristina Ortiz en sus años mozos, a mediados de los noventa, igualmente lo habrán hecho después gracias a las infinitas referencias de las que es sujeto en la cultura popular: situaciones, frases, gestos y un prolongado etcétera decantado en el enorme acervo digital del que la humanidad dispone. Estas bondades de la era tecnológica (plataformas como YouTube o Twitter) han inmortalizado a Cristina Ortiz, La Veneno, confirmando en ella ese halo legendario que irradiara desde su primera aparición pública.

Los Javis, como son conocidos los creadores Javier Calvo y Javier Ambrossi, tienen acostumbrada a la audiencia a obras que inteligentemente abordan cuestiones como el absurdo, el costumbrismo o la naturalidad de la condición humana en sus aspectos más elementales: la conquista de la propia identidad o el reconocimiento perdurable en el tiempo. "Paquita Salas" (2016) y "La Llamada" (2017) dan un solvente testimonio de ello al ser de esas realizaciones que permanecerán frescas en las retinas de quienes tuvimos el gusto de conocerlas.

Con "Veneno", proponen un recorrido, si bien corto, delicadamente detallado de la vida de Cristina. El camino, por supuesto, será intrincado; puesto que lo que se relata reviste de la pasmosa complejidad de quienes experimentan el rechazo temprano, la negación de oportunidades, la burla, la vil manipulación y, a todo esto, añadida la búsqueda de lazos afectivos auténticos. ¿Quién, acaso, no los procura? De hecho, este es el hilo conductor de toda la historia de La Veneno: el profundo deseo de ser amada.

Cuando Valeria Vegas (interpretada por Lola Rodríguez), admiradora suya y escritora del libro de sus memorias, se encuentra con una Veneno casi diluida por los años implacables -¡qué complicada hacen la existencia a muchas! -, el entusiasmo vuelve a las carnes de Cristina quien, por primera vez, seguramente, personificaría el protagonismo de su propia historia. Qué poderoso puede ser el acto de escuchar y dejar que en primera persona revivan las penas y glorias de quienes las vivieron. Dejar a la gente contar sus propias vivencias redunda -para sí misma y para quienes las oímos- en riquísimos frutos de reconciliación cuando el obligado silencio trató siempre de callarlas.

"De lo que no se habla no existe. Y lo que no existe, se margina" se declara rotundamente en algún momento del guion, que se destaca por su naturalidad y, al mismo tiempo, su fuerte carga reflexiva. La cotidianidad de las situaciones se vive en diálogos frescos, a veces hilarantes y emocionalmente poderosos. La palabra, al fin y al cabo, otorga esa entidad a las cosas que pensamos y vivimos; y por ella, hasta se reivindican las situaciones dolorosas que nos tocaron atravesar. Un mérito insoslayable que a esta producción hay que adjudicarle es la inmensa dignidad con la que fue contada una historia que por muchos años fuera motivo de mórbido entretenimiento y mofa.

Los viajes en el tiempo, necesarios para recrear el relato de Cristina, son el contraste entre la subjetividad del recuerdo y la evidencia del presente. Al tiempo le gusta nublar la nitidez de la memoria, intensificando o suavizándola. Lo real y latente son las consecuencias de las desafortunadas circunstancias que arrancaron el esplendor de la vida de la protagonista: su cándida vanidad acaso la desarmó ante los peligros que después supusieron su decadencia.

La privación del afecto primario, aquel cuya fuente tanto se pregona que fuese el del núcleo familiar, habrá de marcar a fuego a la joven Cristina, quien tuviera que huir corriendo de su hogar y de su tierra por la urgencia de vivir una vida según sus propias reglas. Ya es tarde suponer cuán distinta hubiese sido ella si la casa materna la abrazaba desde siempre como a una hija, aunque ganas no faltan de imaginar a una Veneno longeva y cachafaz.

Cuán nefasto puede ser también el resultado de ese encuentro entre la codicia irrefrenable y un corazón incauto. Los años de esplendor de La Veneno no tardaron en conocer su ocaso y, más temprano que tarde, su obstinación por la fama le impediría reparar en que todo tiempo pasado fue mejor. Qué perverso es el afán de acumular, de figurar, de parecer; que desconoce de toda decencia y se aprovecha de esa otra inocente necesidad de pertenecer, de ser validada y de ser querida. Los que carcomieron hasta las raíces de Cristina encarnan a los eternos villanos en el bien conocido drama de la vida y son quienes ayer, hoy y siempre deben ser el verdadero objeto de repulsa.

Detrás del aparente triunfo de tales energías antagónicas, surge refulgente el respaldo de una comunidad que la quiso bien. Todos los momentos entrañables que abrazaron a Cristina tienen los rostros de sus compañeras del Parque del Oeste, la fragancia de las paellas que compartieron en sus mesas, la amistad sincera de Paca La Piraña y la escucha paciente y amorosa de Valeria. A fin de cuentas, el amor que la rodeó es el que colorea el recuerdo de quienes la conocieron bien y de quienes la conocimos después y otorga ese fulgorcito místico del "mito y la leyenda de La Veneno".

Queremos creer que esta miniserie es un inicio esperanzador para la reparación histórica de las vidas del colectivo transexual. La belleza de sus recursos metafóricos y visuales, el respeto que muestran las actrices y actores con sus interpretaciones y la infinita ternura que invade al espectador y lo conmueve ante una vida tan dura como auténtica son factores que, mediante esta historia particular, visibilizan a generaciones de historias pasadas, presentes y futuras y le infunden un poquito de ilusión.

¿Es bonita mi vida, Valeria? Pues, cuéntamela otra vez. Cristina, cuya belleza jamás se ha visto en toda España ni en el mundo entero, te queremos mucho. Que sea siempre tu porte, vivaz e impertinente, el que nos inspire y alumbre nuestras oscuridades. Acompañanos a arrebatar los espacios que por siglos nos fueron negados. Y que seamos tan valientes, tan humanos como vos.